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Discurso de Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama en Berlin PDF Imprimir Correo
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Obama durante su discurso en las puertas de Brandenburgo

19 jun 2013, Berlín.

¡Hola, Berlín! Gracias, canciller Merkel, por su liderazgo, su amistad, y por el ejemplo que ha supuesto su vida: de niña en [Alemania] Oriental hasta líder de una Alemania unida y libre.

Como he dicho en anteriores ocasiones, Angela y yo no nos parecemos precisamente a los anteriores líderes de Alemania y Estados Unidos. Pero el hecho de que podamos estar hoy aquí ante ustedes, en la línea que dividía una ciudad, hace patente una verdad eterna: ningún muro puede contra los anhelos de justicia, los anhelos de libertad, los anhelos de paz que arden en el corazón humano.

Alcalde Wowereit, distinguidos invitados y, especialmente, ciudadanos de Berlín y de Alemania: Gracias por esta extraordinaria y cálida bienvenida. De hecho, la temperatura es tan agradable y me siento tan bien que creo que voy a quitarme la chaqueta, y cualquiera que desee hacerlo, pues adelante. Podemos ser un poco más informales entre amigos.

Como mencionó su canciller, hace cinco años tuve el privilegio de dirigirme a esta ciudad en calidad de senador. Hoy me siento orgulloso de regresar como presidente de Estados Unidos. Y traigo conmigo la amistad duradera del pueblo estadounidense, así como a mi esposa, Michelle, y a Malia y Sasha. Puede que hayan advertido que no están aquí conmigo. Lo último que quieren es escuchar otro de mis discursos. Así que están descubriendo la belleza y la historia de Berlín, una historia que tiene relevancia hoy en día.

En este lugar, durante miles de años, las personas de este país han emprendido la travesía de tribu a principado y hasta nación-estado; a través de la Reforma y la Ilustración. Este lugar, famoso como “tierra de poetas y filósofos”, entre ellos Immanuel Kant, quien nos enseñó que la libertad es “el derecho natural del hombre que le corresponde en virtud de su humanidad”.

En este lugar, durante dos siglos, esta puerta se irguió orgullosa mientras el mundo a su alrededor se convulsionaba, durante el auge y la caída de imperios; durante revoluciones y repúblicas; durante las artes, la música y la ciencia que reflejaban el apogeo del esfuerzo humano, pero también durante la guerra y la matanza que pusieron de manifiesto la intensidad de la crueldad del hombre para con el hombre.

Fue en este lugar donde los berlineses forjaron una isla de democracia desafiando las dificultades más adversas. Como ya se ha dicho, contaron con el apoyo de un puente aéreo de esperanza y tenemos el tremendo honor de estar acompañados hoy por el general Halvorsen, de 92 años de edad, el “piloto de los dulces” original. No podríamos estar más orgullosos de él. Por cierto, espero tener el mismo buen aspecto que tiene él cuando yo tenga 92 años.

En esa época, el Plan Marshall sembró un milagro, y la Alianza del Atlántico Norte protegió a nuestro pueblo. Y aquellos en los vecindarios y países del Este sacaron fuerzas del hecho de que la libertad era posible aquí, en Berlín, y que las oleadas de represión y supresiones podían por tanto superarse algún día.

Hoy, sesenta años después que se alzasen contra la opresión, recordamos a los héroes de Alemania Oriental del 17 de junio. Cuando el muro finalmente se vino abajo, fueron sus sueños los que se cumplieron. Su fortaleza y su pasión, su ejemplo perdurable nos recuerda a todos que, más allá del poder de las fuerzas armadas, más allá de la autoridad de los gobiernos, son los ciudadanos quienes escogen si quieren ser definidos por un muro, o si lo quieren demoler.

Y hoy aquí estamos rodeados de los símbolos de una Alemania renacida: el Reichstag reconstruido y su reluciente cúpula de vidrio; una embajada estadounidense de vuelta en su emplazamiento histórico en la Plaza de París. Y esta plaza misma, antaño tierra de nadie, está ahora abierta para todos. De modo que, si bien no soy el primer presidente estadounidense en venir a esta puerta, me siento orgulloso de estar del lado Oriental para rendirle homenaje al pasado.

Porque a lo largo de toda esta historia, el destino de la ciudad se redujo a una sencilla pregunta: ¿Viviremos libres o encadenados? ¿Viviremos bajo gobiernos que defienden nuestros derechos universales, o bajo regímenes que los reprimen? ¿Viviremos en sociedades abiertas que respetan la santidad del individuo y nuestro libre albedrío, o en sociedades que asfixian al alma?

Como pueblo libre, declaramos nuestras convicciones hace mucho tiempo. Como estadounidenses, consideramos que “todos los hombres han sido creados iguales” con el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Y como alemanes, ustedes declararon en sus leyes que “la dignidad del hombre es inviolable”. En todo el mundo, los países se han comprometido con la Declaración Universal de Derechos Humanos, que reconoce la dignidad y derechos inherentes a todos los miembros de nuestra familia humana.

Y era precisamente esto lo que estaba en juego aquí en Berlín todos esos años. Y debido a que multitudes valientes treparon encima de ese muro, debido a que dictaduras corruptas cedieron a las nuevas democracias, debido a que millones de personas a lo largo y ancho del continente ahora respiran aire puro de libertad, podemos decir, aquí en Berlín, aquí en Europa, que nuestros valores ganaron. La apertura ganó. La tolerancia ganó. Y la libertad ganó aquí en Berlín.

Y no obstante, más de dos décadas después de aquel triunfo, hemos de reconocer que, a veces, puede haber autocomplacencia en nuestras democracias occidentales. Hoy, la gente a menudo se congrega en lugares como éste para recordar la historia, no para hacerla. A fin de cuentas, no nos enfrentamos a muros de cemento, ni a una alambrada. No hay tanques esperando al otro lado de la frontera. No hay visitas a refugios antinucleares. Y por eso a veces puede que exista la sensación de que los grandes desafíos han quedado atrás. Y eso trae consigo una tentación al ensimismamiento, a pensar en nuestros propios anhelos y no en los anales de la historia; a creer que hemos arreglado cuentas con la historia y que podemos disfrutar el fruto de lo conquistado por nuestros antepasados.

Pero hoy yo vengo aquí antes ustedes, Berlín, para decir que la autocomplacencia no figura en el carácter de las grandes naciones. Las amenazas actuales no son igual de crudas que las de hace medio siglo, pero la lucha por la libertad y la seguridad y la dignidad humana, esa lucha continúa. Y he venido aquí, a esta ciudad de esperanza, porque las pruebas a las que nos somete nuestra era exigen el mismo espíritu de lucha que definió a Berlín medio siglo atrás.

La canciller Merkel mencionó que celebramos el aniversario del conmovedor discurso en defensa de la libertad, personificada en las personas de esta gran ciudad, pronunciado por el presidente John F. Kennedy. Su compromiso con la solidaridad ?“Ich bin ein Berliner”? (aplausos)? resuena a lo largo de la historia. Pero eso no fue todo lo que dijo ese día. Se recuerda menos el desafió que lanzó a la multitud que les escuchaba: “Permítanme que les pida”, les dijo a aquellos berlineses, “permítanme que les pida que levanten la mirada más allá de los peligros de hoy” y “más allá de la libertad de esta ciudad”. “Miren”, dijo, “hacia el día en que haya paz con justicia, más allá de ustedes mismos y de nosotros para toda la humanidad.”

Perdimos al presidente Kennedy menos de seis meses después de que pronunciara esas palabras. Y al igual que muchos de los que murieron en esas décadas de división, no vivió para ver a Berlín unida y libre. En lugar de ello, vive por siempre en nuestra memoria como un hombre joven. Pero sus palabras son intemporales porque hacen un llamado a que nos preocupemos por cosas más allá de nuestra propia comodidad, nuestra propia ciudad y nuestro propio país. Exigen que asumamos el esfuerzo común de toda la humanidad.

Y si levantamos nuestra mirada, como nos apremió el presidente Kennedy a hacer, tendremos que reconocer que nuestra labor no ha terminado. Porque no somos solamente ciudadanos de Estados Unidos o de Alemania, sino que somos también ciudadanos del mundo. Y nuestros destinos y fortunas están unidos como nunca antes.

Puede que ya no vivamos con el miedo de una aniquilación global, pero en la medida en que existan armas nucleares, no estaremos verdaderamente a salvo. Podemos asestar un golpe a las redes terroristas, pero si hacemos caso omiso de la inestabilidad e intolerancia que alimentan al extremismo, nuestra propia libertad estará tarde o temprano en peligro. Puede que disfrutemos de un nivel de vida que sea la envidia del mundo, pero mientras cientos de millones de personas padezcan la agonía de un estómago vacío o la angustia del desempleo, no somos en realidad prósperos.

Digo todo esto aquí, en el corazón de Europa, porque nuestro pasado compartido demuestra que ninguno de estos desafíos puede resolverse a menos que nos consideremos a nosotros mismos como parte de algo más grande que nuestra propia experiencia. Nuestra alianza es la base de la seguridad global. Nuestro comercio es el motor de la economía global. Nuestros valores nos apelan a que nos preocupemos por las vidas de personas que nunca conoceremos. Cuando Europa y Estados Unidos dirigen con nuestras esperanzas y no con nuestros miedos, somos capaces de hacer cosas que ninguna otra nación puede hacer o hará. De modo que hoy tenemos que levantar la mirada y pensar en el día de paz con justicia que nuestra generación quiere para el mundo.

Sugiero que la paz con justicia comience con el ejemplo que damos en casa, puesto que todos sabemos, al repasar nuestras historias, que la intolerancia engendra la injusticia. Se base ya sea en la raza, o en la religión, el género o la orientación sexual, somos más fuertes cuando todo el pueblo ?sin importar quiénes sean ni qué aspecto tengan? tiene oportunidades, y cuando nuestras esposas e hijas tienen las mismas oportunidades que nuestros maridos e hijos.

Cuando respetamos las religiones que se practican en nuestras iglesias y sinagogas, en nuestras mezquitas y nuestros templos, estamos más seguros. Cuando le damos la bienvenida al inmigrante con sus talentos o sus sueños, en ese momento nos renovamos. Cuando salimos en defensa de nuestros hermanos y hermanas homosexuales y consideramos su amor y sus derechos con igualdad ante la ley, defendemos también nuestra propia libertad. Somos más libres cuando todas las personas pueden ir en busca de su felicidad. Y hasta que no dejen de existir los muros en nuestros corazones que nos separan de aquellos que no se parecen en su aspecto a nosotros, o no piensan como nosotros, o no adoran como lo hacemos nosotros, tendremos que trabajar con más empeño, juntos, para derribar esos muros de división.

La paz con justicia significa una libre empresa que dé rienda suelta a los talentos y a la creatividad que reside en cada uno de nosotros; en otros modelos, el crecimiento económico se da de arriba hacia abajo o depende exclusivamente de los recursos que se extraen de la tierra. Pero estamos convencidos que la prosperidad real proviene de nuestro más atesorado recurso: nuestro pueblo. Por ese motivo, hemos decidido invertir en educación, en la ciencia y en la investigación.

Y ahora, a medida que salimos de la recesión, no debemos apartar la vista del ultraje de la creciente desigualdad ni del dolor de los jóvenes que están desempleados. Tenemos que crear nuevas escaleras de oportunidades en nuestras sociedades al mismo tiempo que perseguimos nuevo comercio e inversión que incentiva el crecimiento a ambos lados del Atlántico.

Estados Unidos apoyará a Europa en el proceso de fortalecer su unión. Queremos trabajar con ustedes para asegurarnos de que cada persona pueda disfrutar de la dignidad que emana del trabajo, así vivan en Chicago o en Cleveland o en Belfast o en Berlín, en Atenas o en Madrid, todos se merecen una oportunidad. Debemos tener economías que funcionen para todos, no sólo para quienes ocupan los estamentos superiores.

La paz con justicia significa tender la mano a aquellos que tratan de alcanzar la libertad, dondequiera que vivan. Distintas personas y culturas seguirán su propio camino, pero debemos rechazar la mentira de que aquellos que viven en lugares distantes no tienen ansias de libertad y la autodeterminación igual que nosotros; de que ellos de alguna manera no anhelan la dignidad y el estado de derecho igual que nosotros. No podemos dictar el ritmo del cambio en lugares como el mundo árabe, pero debemos rechazar la excusa de que no podemos hacer nada para apoyarlo.

No podemos retraernos de nuestra función de promover los valores en los que creemos, ya sea ayudando a los afganos a hacerse responsables de su futuro, o trabajando por la paz entre israelíes y palestinos (aplausos), o involucrándonos como lo hemos hecho en Birmania en la creación de espacios para que las personas valientes emerjan de décadas de dictadura. En este siglo, estos son los ciudadanos que anhelan ser parte del mundo libre. Ellos son quienes fueron ustedes. Se merecen nuestra ayuda porque, a su manera, también son ciudadanos de Berlín. Y los tenemos que ayudar todos los días.

La paz con justicia significa afianzar la seguridad de un mundo sin armas nucleares, independientemente de lo distante que sea ese sueño. De modo que, como Presidente, he fortalecido nuestros esfuerzos dirigidos a frenar la propagación de armas nucleares, y he reducido el número y el rol de las armas nucleares estadounidenses. Gracias al nuevo tratado START, estamos bien encaminados en la reducción del despliegue de ojivas nucleares estadounidenses y rusas a sus niveles más bajos desde la década de 1950.

Pero queda más por hacer. Por eso, hoy doy a conocer nuevas medidas adicionales. Después de un análisis exhaustivo, he decidido que podemos proteger la seguridad de Estados Unidos y de nuestros aliados, y mantener una estrategia disuasoria sólida y creíble, y al mismo tiempo reducir hasta en un tercio nuestro despliegue de armas estratégicas nucleares. Y pienso buscar una reducción negociada con Rusia para ir más allá de las posturas de la Guerra Fría.

Al mismo tiempo, trabajaremos con nuestros aliados de la OTAN para encontrar reducciones audaces en el armamento estratégico de Estados Unidos y Rusia en Europa. Y podemos forjar un nuevo marco internacional para un poder nuclear pacífico, y rechazar el emplazamiento de armas que tanto Corea del Norte como Irán puedan estar buscando.

 

En 2016, Estados Unidos será sede de una cumbre en la que continuaremos con el esfuerzo de asegurar los materiales nucleares en todo el mundo, y trabajaremos para crear apoyo dentro de Estados Unidos con miras a la ratificación del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, e instamos a todos los países a que comiencen a negociar un tratado que ponga fin a la producción de material fisible para armas nucleares. Estas son algunas de las medidas que podemos adoptar para crear un mundo de paz con justicia.

La paz con justicia significa negarnos a condenar a nuestros hijos a un planeta más duro y menos habitable. El esfuerzo dirigido a frenar el cambio climático exige actuar con audacia. Y, en este tema, Alemania y Europa han sido líderes.

En Estados Unidos hemos duplicado en fechas recientes la energía renovable que se obtiene de fuentes limpias como el viento y la energía solar. Estamos duplicando el ahorro de combustible de nuestros vehículos. Nuestras peligrosas emisiones de carbono se han reducido. Pero sabemos que tenemos que hacer más, y lo haremos.

Con una clase media global que consume más energía a diario, este debe ser el esfuerzo de todos los países, no sólo de algunos. La desalentadora alternativa afecta a todos los países: tormentas más intensas, más hambrunas e inundaciones, nuevas oleadas de refugiados, litorales que desaparecen, océanos que crecen. Este es el futuro que debemos evitar. Esta es la amenaza global de nuestro tiempo. Y por el bien de las generaciones futuras, la nuestra tiene que desplazarse hacia un pacto global para enfrentar un clima cambiante antes de que sea demasiado tarde. Ese es nuestro trabajo. Esa es nuestra tarea. Debemos ponernos a trabajar.

La paz con justicia significa cumplir con nuestras obligaciones morales. Y tenemos la obligación moral y un profundo interés en ayudar a levantar los rincones empobrecidos del mundo. Al promover el crecimiento, evitamos que un niño que nace hoy viva toda su vida en la extrema pobreza. Al invertir en agricultura no sólo estamos enviando comida, sino que les estamos enseñando a los agricultores a cultivar alimentos. Al fortalecer la salud pública no sólo estamos enviando medicinas, estamos entrenando a doctores y enfermeras que ayudarán a eliminar el ultraje de las muertes infantiles debido a enfermedades prevenibles. Debemos hacer todo lo posible para hacer realidad la promesa ?una promesa alcanzable? de alcanzar la primera generación sin SIDA. Es algo que es posible si sentimos suficiente sensación de urgencia.

Nuestros esfuerzos tienen que ir más allá de la caridad. Tienen que ver con nuevos modelos de potenciar a las personas, al crear instituciones, al abandonar la podredumbre de la corrupción, al crear lazos de comercio, no sólo ayuda, tanto con Occidente como entre los países que quieren incrementar su capacidad. Porque cuando conozcan el éxito, nosotros también tendremos más éxito. Nuestros destinos están unidos, y no podemos ignorar a aquellos que ansían no sólo la libertad sino también la prosperidad.

Y, finalmente, recordemos que la paz con justicia depende de nuestra capacidad de prolongar tanto la seguridad de nuestras sociedades como la apertura que las define. Las amenazas a la libertad no sólo provienen de fuera, sino que también pueden brotar desde dentro, de nuestros propios miedos, de la desvinculación de nuestros ciudadanos.

Durante más de una década, Estados Unidos ha estado en pie de guerra. No obstante, mucho ha cambiado desde la última vez que hablé aquí en Berlín hace cinco años. La guerra de Iraq ha concluido. La guerra afgana está llegando a su fin. Osama bin Laden ya no está. Nuestros esfuerzos contra al Qaeda han evolucionado.

Dados estos cambios, el mes pasado hablé acerca de los esfuerzos de Estados Unidos contra el terrorismo. Y encontré inspiración en uno de nuestros padres fundadores: James Madison, quien escribió: “Ninguna nación puede conservar su libertad en medio de una guerra constante”. James Madison tiene razón. Por ese motivo, sin dejar de estar atentos a la amenaza del terrorismo, debemos trascender el estado mental de guerra perpetua. Y para Estados Unidos eso significa duplicar los esfuerzos dirigidos a cerrar la prisión de Guantánamo. Significa controlar de cerca el uso de las nuevas tecnologías como los aviones no tripulados. Significa encontrar el equilibrio entre la búsqueda de la seguridad y la protección de la privacidad.

Confío en que podremos alcanzar este equilibrio. Confío en ello, y confío en que, en colaboración con Alemania, podremos mantenernos seguros unos a otros y al mismo tiempo conservar aquellos valores esenciales por los que hemos luchado.

Nuestros programas actuales están sujetos al estado de derecho y se centran en las amenazas a nuestra seguridad, no en las comunicaciones entre personas normales. Ayudan a encarar peligros reales y mantienen seguras a personas en Estados Unidos y aquí en Europa. Pero debemos aceptar el desafío que todos afrontamos en los gobiernos democráticos: escuchar a los que no están de acuerdo con nosotros; sostener debates abiertos sobre cómo utilizamos los poderes y cómo debemos contenerlos; y recordar siempre que el gobierno existe para servir al poder del individuo, y no al revés. Es lo que nos hace ser quienes somos, y es lo que nos hace distintos de aquellos al otro lado del muro.

Es así como nos mantendremos fieles a nuestra mejor historia mientras que al mismo tiempo tratamos de alcanzar el día de paz y justicia que está por venir. Estas son las convicciones que nos guían, los valores que nos inspiran, los principios que nos unen como personas libres que todavía creen en las palabras del Dr. Martin Luther King Jr.: que “la injusticia en cualquier parte es una amenaza a la justicia en todas partes”.

Y debemos preguntarnos, por si alguien alguna vez lo pregunta, si nuestra generación tiene el coraje para enfrentar estas pruebas. Si alguien pregunta si las palabras del presidente Kennedy suenan sinceras hoy, que venga a Berlín. Aquí encontrará a las personas que emergieron de las ruinas de la guerra para recoger las bendiciones de la paz; del dolor de la división al júbilo de la reunificación. Y aquí evocarán cómo la gente atrapada detrás de un muro desafió las balas y saltó por encima del alambre de púas, y corrió entre campos de minas, y excavó túneles, y saltó desde edificios, y cruzó el río Spree para reclamar su derecho más básico a la libertad.

El Muro pertenece a la historia. Pero aún queda historia por hacer. Y los héroes que nos precedieron nos hacen un llamado para que estemos a la altura de esos altos ideales: de velar por los jóvenes que no pueden encontrar trabajo en sus países, y por las niñas a las que no se les permite asistir a la escuela en el extranjero; de mantenernos vigilantes a la hora de proteger nuestras propias libertades, pero también de tender la mano a aquellos que buscan la libertad en el extranjero.

Esta es la lección de los tiempos. Este es el espíritu de Berlín. Y es el mayor tributo que podemos hacerles a quienes nos precedieron: continuar su trabajo para buscar la paz y la justicia no sólo en nuestros países sino para toda la humanidad.

Vielen Dank. Que Dios los bendiga. Que Dios bendiga al pueblo de Alemania. Y que Dios bendiga a los Estados Unidos de América. Muchas gracias.

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