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Discurso de Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama en El Cairo PDF Imprimir Correo
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4 jun 2009, El Cairo.Barack Obama en El Cairo                     

Me siento honrado por estar en la inmortal ciudad de El Cairo y por recibir una invitación de dos instituciones tan destacadas. Durante más de mil años, Al-Azhar se ha erigido en faro del saber islámico, y desde hace más de un siglo, la Universidad de El Cairo ha sido una fuente del desarrollo en Egipto. Juntas, representáis la armonía entre tradición y progreso. Me siento muy agradecido por vuestra hospitalidad y por la que me mostrado el pueblo egipcio. Estoy, también, orgulloso de traer conmigo los mejores deseos del pueblo americano y un saludo de paz de las comunidades musulmanas de mi país: assalaamu alaykum.

“Nos hallamos en un momento de tensión entre Estados Unidos y los musulmanes de todo el mundo. Una tensión que hunde sus raíces en fuerzas históricas que van más allá del debate político actual. La relación entre Islam y Occidente incluye siglos de coexistencia y cooperación pero también conflictos y guerras religiosas. Más recientemente, el colonialismo, que negó derechos y oportunidades a muchos musulmanes, y la guerra fría, durante la que los países de mayoría musulmana fueron tratados como comparsas sin tener en cuenta sus aspiraciones, han contribuido a alimentar dicha tensión. Más aún, los cambios arrolladores traídos por la modernidad y la globalización han llevado a muchos musulmanes a ver a Occidente como hostil hacia las tradiciones del Islam.

Los extremistas violentos han explotado estas tensiones en una pequeña pero poderosa minoría de musulmanes. Los atentados del 11-S y los esfuerzos continuos de estos extremistas por llevar la violencia a la población civil han hecho que algunos compatriotas míos vean al Islam como inevitablemente hostil no sólo con América y los países occidentales, sino también con los derechos humanos. Esto ha servido para alimentar más temores y desconfianzas.

Mientras nuestras relaciones se determinen por nuestras diferencias, estamos dando poderes a quienes siembran el odio en vez de la paz, a quienes promueven las guerras en vez de la cooperación que podría ayudar a nuestros pueblos a alcanzar la justicia y la prosperidad. Debe terminar este círculo de sospechas y discordias.

He venido hasta aquí para buscar una nueva relación entre Estados Unidos y los musulmanes del mundo, que esté basada en el interés mutuo y el mutuo respeto; que esté basada en la verdad de que América y el Islam no se excluyen y no necesitan estar en competición. En cambio, coinciden y comparten principios comunes, de justicia, progreso, tolerancia y dignidad de las personas.

Lo hago reconociendo que el cambio no puede ocurrir de la noche a la mañana. Un solo discurso no puede erradicar años de desconfianza ni puedo dar respuesta en el tiempo de que dispongo a todas las complejas cuestiones que nos han llevado hasta donde estamos. Sin embargo, estoy convencido de que para avanzar debemos hablar abiertamente de las cosas que pensamos de corazón, esas que demasiado a menudo sólo se dicen cuando hemos cerrado la puerta. Debemos hacer un esfuerzo continuo para escucharnos, para aprender unos de otros, para respetarnos y para buscar puntos en común. Como dice el Sagrado Corán, “sé consciente de Dios y di siempre la verdad”.

Es lo que voy a intentar hacer, decir la verdad lo mejor que pueda, humilde ante la tarea que tenemos por delante y firme en mi creencia de que los intereses que compartimos como personas son más poderosos que las fuerzas que nos separan.

Parte de esta convicción se asienta en mi propia experiencia. Soy cristiano pero mi padre provenía de una familia de Kenia con generaciones de musulmanes en su seno. Cuando era un chico pasé muchos años en Indonesia y escuchaba la llamada al rezo al amanecer y a la caída del día. Cuando era joven trabajé en comunidades de Chicago donde muchos de sus miembros hallaron la dignidad y la paz en su fe musulmana.

Como estudiante de historia, conozco la deuda que la civilización tiene con el Islam. Fue el Islam, en lugares como la Universidad Al-Azhar, quien llevó la ilustración del saber durante muchos siglos, allanando el camino del Renacimiento y la Ilustración en Europa. La innovación de las comunidades musulmanas desarrolló el álgebra, la brújula y otras herramientas de navegación, el dominio de la escritura y la imprenta, la comprensión de cómo se extienden las enfermedades y cómo pueden aliviarse. La cultura islámica ha legado majestuosos arcos y altísimas agujas, poesía intemporal y música inolvidable, elegante caligrafía y lugares para la contemplación pacífica. Y a través de la historia, el Islam ha demostrado con palabras y hechos las posibilidades de la tolerancia religiosa y la igualdad racial.

También sé que el Islam siempre ha formado parte de la historia de América. El primer país que reconoció al mío fue Marruecos. Al estampar su firma en el Tratado de Trípoli de 1796, nuestro segundo presidente John Adams escribió, “Estados Unidos no tiene en sí mismo carácter de enemistad hacia las leyes, la religión o la tranquilidad de los musulmanes”. Desde nuestra fundación, los musulmanes americanos han enriquecido Estados Unidos. Han luchado en nuestras guerras, han servido al Gobierno, han peleado por los derechos civiles, han levantado negocios, han enseñado en nuestras universidades, han sobresalido en las canchas deportivas, han ganado premios Nobel, han construido nuestros edificios más altos y han encendido la antorcha olímpica. Y cuando salió elegido en el Congreso el primer musulmán-americano, juró defender nuestra Constitución utilizando el mismo Corán que uno de nuestros Padres Fundadores, Thomas Jefferson, tenía en su biblioteca personal.

Así pues, he conocido el Islam en tres continentes antes de venir a la región donde fue revelado. Esa experiencia guía mi convicción de que la colaboración entre América y el Islam debe basarse en lo que es el Islam, no en lo que no es. Considero que parte de mi responsabilidad como presidente de Estados Unidos es luchar contra los estereotipos negativos del Islam allí donde surjan.

Pero el mismo principio debe aplicarse a las percepciones de los musulmanes sobre América. Del mismo modo que los musulmanes no son como el estereotipo crudo que de ellos se hace, América no es el imperio egoísta que pinta el crudo estereotipo que se hace de ella. Estados Unidos ha sido una de las mayores fuentes de progreso que el mundo ha conocido jamás. Nacimos de una revolución contra un imperio. Nos fundamos en el ideal de que todos nacemos iguales y hemos derramado sangre y peleado durante siglos para llenar de sentido esas palabras, en nuestras fronteras y por todo el mundo. Estamos conformados por todas las culturas, dibujados por todos los confines de la Tierra y dedicados a un concepto simple: E pluribus unum: “De muchos, uno”.

Mucho se ha dicho del hecho de que un afroamericano con el nombre de Barack Hussein Obama pudiera ser elegido Presidente, pero mi historia personal no es tan extraordinaria. El sueño de la oportunidad no se ha hecho realidad para todo el mundo en América, pero su promesa existe para quien llegue a nuestro país; eso incluye a casi siete millones de musulmanes que disfrutan de ingresos y educación mayores que la media.

Más aún, la libertad en América es inseparable de la libertad de culto. Por eso hay una mezquita en todos los Estados de la Unión y más de 1.200 en toda América, por eso el Gobierno de Estados Unidos ha pleiteado para proteger el derecho de las mujeres y las chicas a llevar el velo (hijab) y castigar a quienes se lo niegan.

Así pues, que no haya dudas: el Islam es parte de América y creo que América sostiene la verdad de que no importa la raza, la religión o la posición en la vida, que todos compartimos aspiraciones: vivir en paz y seguridad; adquirir una educación y trabajar con dignidad; amar a nuestras familias, nuestras comunidades y a nuestro Dios. Compartimos todo esto. Esta es la esperanza de toda la humanidad. Por supuesto, reconocer nuestra humanidad común sólo es el comienzo de nuestra tarea.

Las palabras no pueden, por sí solas, resolver las necesidades de nuestros pueblos, lo que sólo podrá hacerse si actuamos con audacia en los años venideros; y si comprendemos que compartimos los retos que hemos de enfrentar y que nuestro fracaso al hacerlos frente nos perjudicará a todos. Como hemos aprendido con la reciente experiencia, cuando un sistema financiero se debilita en un país, la prosperidad se quiebra en todas partes. Cuando una nueva gripe infecta a una persona, todos corremos un riesgo. Cuando un país persigue el arma nuclear, el riesgo de ataque nuclear crece en todos los países. Cuando extremistas violentos operan en una cordillera, la gente corre peligro al otro lado del océano. Y cuando se masacra a inocentes en Bosnia y Darfur, eso deja una mancha en nuestra conciencia colectiva. Eso es lo que significa compartir este mundo en el siglo XXI y esa es la responsabilidad que tenemos unos con otros como personas.

Esta es una responsabilidad difícil de afrontar porque la historia de la humanidad a menudo ha sido una relación de naciones y tribus sojuzgando a otras al servicio de sus propios intereses. Pero en esta nueva época, actitudes así son contraproducentes. Como somos interdependientes, cualquier orden mundial que eleve a un país o grupo de pueblos sobre otros, fracasará. Así pues, no importa lo que pensemos del pasado, no podemos ser sus prisioneros. Debemos acometer nuestros problemas a través de la colaboración; debemos compartir el progreso.

Eso no quiere decir que debamos ignorar las fuentes de tensión; de hecho, sugiero lo contrario: debemos hacer frente a estas tensiones directamente. Y con dicho espíritu, dejad que hable con toda la claridad de que soy capaz sobre algunos asuntos concretos que estimo que, finalmente, debemos enfrentar conjuntamente. El primer asunto que hemos de afrontar es el extremismo violento, en todas sus formas. En Ankara dejé claro que América no está, ni estará jamás, en guerra con el Islam. Sin embargo, debemos enfrentarnos sin descanso a los extremistas violentos que representan una amenaza grave para nuestra seguridad. Puesto que rechazamos las mismas cosas que rechazan personas de todas las religiones: el asesinato de hombres, mujeres y niños inocentes. Y mi primer deber como Presidente es proteger a los americanos.

La situación de Afganistán demuestra los objetivos de América y nuestra necesidad de trabajar conjuntamente. Hace siete años, Estados Unidos perseguía a Al Qaeda y los talibanes con amplio apoyo internacional. Fuimos allí no por elección, sino por necesidad. Soy consciente de que hay quien cuestiona o justifica los acontecimientos del 11-S, pero digámoslo con claridad: Al Qaeda asesinó a casi 3.000 personas aquel día.

Las víctimas eran inocentes hombres, mujeres y niños de América y muchos otros países que no hicieron nunca daño a nadie. Sin embargo, Al Qaeda decidió asesinar a estas personas, reclamaron la autoría del atentado y aún hoy reafirman su determinación de asesinar en masa. Tienen ramas en muchos países y tratan de expandirse. No se trata de opiniones que puedan discutirse; son hechos a los que debemos hacer frente.

No nos equivoquemos: no queremos mantener nuestras tropas en Afganistán, no buscamos bases militares allí. Es una agonía para América perder a nuestros jóvenes, es costoso y políticamente difícil continuar con este conflicto. Con agrado llevaríamos a casa a todos los soldados si tuviéramos confianza en que no habrá extremistas violentos en Afganistán y Pakistán decididos a asesinar a tantos americanos como puedan. Pero no es el caso.

Por eso colaboramos en una coalición de 46 países y a pesar de los costes que tiene, el compromiso de América no se debilita. De hecho, ninguno de nosotros debería tolerar a estos extremistas. Han asesinado en muchos países y a muchas personas de diferentes credos, y a musulmanes en mayor número que de otras creencias. Sus actos son irreconciliables con los derechos humanos, el progreso de los países y el Islam. El Sagrado Corán enseña que quien asesina a un inocente es como si hubiera asesinado a toda la humanidad; y que quien salva a una persona es como si hubiera salvado a toda la humanidad. La perseverante fe de más de 1.000 millones de personas es mucho mayor que el odio mezquino de unos pocos. El Islam no es parte del problema de combatir el extremismo violento, es una importante parte en la promoción de la paz. También sabemos que el poder militar, por sí solo, no va a resolver los problemas en Afganistán y en Pakistán. Por ese motivo tenemos previsto invertir 1.500 millones de dólares anuales, a lo largo de los próximos cinco años, para ayudar a los paquistaníes a construir escuelas y hospitales, carreteras y empresas, y cientos de millones para ayudar a las personas desplazadas. Y también por esa razón vamos a aportar más de 2.800 millones para ayudar a los afganos a desarrollar su economía y proporcionar servicios de los que depende la población.

Permítaseme también abordar la cuestión de Irak. A diferencia de Afganistán, la de Irak fue una guerra de elección que provocó fuertes divergencias en mi país y en todo el mundo. Aunque creo que el pueblo iraquí, a fin de cuentas, está mejor sin la tiranía de Sadam Husein, creo también que los acontecimientos de Irak han recordado a Estados Unidos la necesidad de utilizar la diplomacia y construir un consenso internacional para resolver nuestros problemas siempre que sea posible. Podemos recordar las palabras de Thomas Jefferson, que afirmó: “confío en que nuestra sabiduría crezca con nuestro poder y nos enseñe que cuanto menos utilicemos nuestro poder, más grandes seremos.”

Hoy, Estados Unidos tiene una responsabilidad dual; ayudar a Irak a forjar un futuro mejor y dejar Irak a los iraquíes. Ya he dejado claro al pueblo iraquí que no buscamos bases y que no pretendemos nada ni de su territorio ni de sus recursos. La soberanía de Irak es únicamente suya. Por ese motivo he ordenado que nuestras brigadas de combate se retiren el próximo agosto. Y por ese motivo cumpliremos nuestro acuerdo con el gobierno democráticamente elegido de Irak de retirar las tropas de combate de las ciudades iraquíes en julio, y de retirar todas nuestras tropas de Irak en 2012.

Ayudaremos a Irak a entrenar a sus fuerzas de seguridad y a desarrollar su economía. Pero apoyaremos un Irak seguro y unido como socios, nunca como patrones. Y, finalmente, de igual modo que Estados Unidos jamás podrá tolerar la violencia de los extremistas, tampoco alteraremos jamás nuestros principios. El 11 de septiembre fue un trauma tremendo para nuestro país. El temor y la ira que provocó son comprensibles, pero, en algunos casos, nos llevó a actuar de forma contraria a nuestros ideales. Estamos adoptando medidas concretas para cambiar el rumbo. He prohibido sin equívocos el uso de la tortura por parte de Estados Unidos, y he ordenado el cierre de la prisión de la bahía de Guantánamo para comienzos del año próximo.

De este modo, Estados Unidos se defenderá respetando la soberanía de las naciones y el imperio de la ley. Y lo haremos conjuntamente con comunidades musulmanas que también están amenazadas. Cuanto antes sean aislados los terroristas, y repudiados en las comunidades musulmanas, tanto antes estaremos todos más seguros. La segunda gran fuente de tensión que necesitamos examinar es la situación entre israelíes, palestinos y el mundo árabe.

Los fuertes lazos de Estados Unidos con Israel son bien conocidos. Ese vínculo es inquebrantable. Se basa en lazos culturales e históricos, y en el reconocimiento de que la aspiración a una patria judía arraiga en una historia trágica que no puede negarse. El pueblo judío fue perseguido durante siglos en todo el mundo y el antisemitismo europeo culminó en un Holocausto sin precedentes. Mañana visitaré Buchenwald, que formó parte de una red de campos en los que el que el Tercer Reich esclavizó, torturó, fusiló y mató con gas a los judíos. Seis millones de judíos fueron asesinados, más que la población entera de Israel en la actualidad. Negar ese hecho es algo carente de base, ignorante y odioso. Amenazar a Israel con la destrucción, o repetir viles estereotipos sobre los judíos, es una profunda equivocación, y sólo sirve para evocar en las mentes de los israelíes los recuerdos más dolorosos a la vez que impide la paz que merece la población de esta región.

Por otro lado, es también innegable que el pueblo palestino –musulmanes y cristianos- ha sufrido en su búsqueda de una patria. Durante más de sesenta años han sufrido el dolor de su deportación. Muchos esperan en los campos de refugiados de Cisjordania, Gaza y los territorios vecinos una vida de paz y seguridad que jamás han podido vivir. Soportan las humillaciones diarias, grandes y pequeñas, que conlleva la ocupación. Así que no dejemos ninguna duda al respecto: la situación del pueblo palestino es intolerable. Estados Unidos no dará la espalda a la legítima aspiración palestina a su dignidad, sus oportunidades y un Estado propio.

Durante décadas se ha permanecido en un punto muerto: dos pueblos con aspiraciones legítimas, y ambos con una historia dolorosa que hace difícil el compromiso. Es fácil acusar: para los palestinos, señalar los desplazamientos que acarreó la fundación de Israel, y para los israelíes, señalar la constante hostilidad y ataques a lo largo de su historia desde dentro y fuera de sus fronteras. Pero si queremos ver este conflicto únicamente desde uno u otro lado, seremos ciegos a la verdad: la única solución es que las aspiraciones de ambas partes sean satisfechas a través de dos Estados, en los que tanto israelíes como palestinos vivan en paz y seguridad.

Eso va en interés de Israel, de Palestina, de Estados Unidos y del mundo. Y por eso intento buscar personalmente este resultado con toda la paciencia que la tarea exige. Las obligaciones que ambas partes acordaron bajo la Hoja de Ruta son claras. Para que llegue la paz, es tiempo de que ellos y todos nosotros estemos a la altura de nuestras responsabilidades.

Los palestinos deben abandonar la violencia. La resistencia mediante la violencia y el asesinato es indefendible y no lleva al éxito. Durante siglos, las personas negras de Estados Unidos sufrieron los latigazos como esclavos y la humillación de la segregación. Pero no fue la violencia la que conquistó derechos plenos e iguales. Fue una insistencia pacífica y resuelta en los ideales que se encuentran en el núcleo de la fundación de Estados Unidos. La misma historia pueden contarla distintos pueblos, desde Sudáfrica al sur de Asia, desde Europa oriental a Indonesia. Es una historia con una verdad sencilla; la de que la violencia es una vía muerta. No es una señal ni de valor ni de poder disparar cohetes contra niños que duermen, o reventar ancianas en un autobús. Ésa no es la forma de reivindicar la autoridad moral, sino la de perderla.

Éste es el momento de que los palestinos se centren en lo que pueden construir. La Autoridad Palestina debe desarrollar su capacidad de gobernar con instituciones que sirvan a las necesidades de su pueblo. Es cierto que Hamás tiene apoyo entre algunos palestinos, pero también tiene responsabilidades. Para desempeñar un papel en el cumplimiento de las aspiraciones de los palestinos, y para unificar al pueblo palestino, Hamás debe poner fin a la violencia, reconocer acuerdos anteriores y reconocer el derecho de Israel a existir.

Al mismo tiempo, los israelíes deben reconocer que del mismo modo que no puede negarse el derecho de Israel a existir, tampoco puede negarse el de Palestina. Estados Unidos no aceptará la legitimidad del mantenimiento de los asentamientos israelíes. Esa construcción viola acuerdos anteriores y mina los esfuerzos por alcanzar la paz. Es tiempo de que se detengan esos asentamientos.

Israel también tiene que estar a la altura de sus obligaciones de garantizar que los palestinos puedan vivir, trabajar y desarrollar su sociedad. Al igual que resulta devastadora para las familias palestinas, la prolongada crisis humanitaria de Gaza no sirve a la seguridad de Israel; como tampoco lo hace la prolongada falta de oportunidades en Cisjordania. El progreso en la vida cotidiana del pueblo palestino debe formar parte del camino hacia la paz, e Israel debe dar pasos concretos para permitir ese progreso.

Finalmente, los Estados árabes deben reconocer que la Iniciativa Árabe de Paz fue un primer paso importante, pero no el fin de sus responsabilidades. El conflicto árabe-israelí no debe seguir utilizándose para distraer a los pueblos de las naciones árabes de sus demás problemas. Por el contrario, tiene que ser un motivo de acción para ayudar al pueblo palestino a desarrollar las instituciones que sostendrán su Estado; para reconocer la legitimidad de Israel; y para elegir el progreso frente a una obsesión por el pasado que sólo lleva a la derrota.

Estados Unidos debe alinear nuestras políticas con las de quienes buscan la paz y afirmar en público lo que decimos en privado a israelíes, palestinos y árabes. No podemos imponer la paz. Pero en privado, muchos musulmanes reconocen que Israel no se marchará. Del mismo modo, muchos israelíes reconocen la necesidad de un Estado palestino. Es tiempo de que actuemos sobre la base de lo que todos sabemos que es cierto.

Se han derramado demasiadas lágrimas. Se ha vertido demasiada sangre. Todos nosotros tenemos la responsabilidad de trabajar para el día en el que las madres de los israelíes y palestinos puedan ver a sus hijos crecer sin miedo: en el que la Tierra Santa de tres grandes credos sea el lugar de paz que Dios deseó que fuera; en el que Jerusalem sea una morada segura y duradera para judíos, cristianos y musulmanes, y un lugar en el que todos los hijos de Abraham se mezclen pacíficamente como en la historia del Isra, cuando Moisés, Jesús y Mahoma (la paz sea con ellos) se unieron a orar.

La tercera fuente de tensión es nuestro interés común en los derechos y responsabilidades de las naciones respecto a las armas nucleares. Esta cuestión ha sido una fuente de tensión entre Estados Unidos y la República Islámica de Irán. Durante muchos años, Irán se ha definido a sí mismo, en parte, por su oposición a mi país, y ciertamente existe una historia tumultuosa entre nosotros. En medio de la Guerra Fría, Estados Unidos desempeñó un papel en el derribo de un gobierno iraní democráticamente elegido. Desde la Revolución Islámica, Irán ha desempeñado un papel en actos de toma de rehenes y violencia contra tropas y civiles de Estados Unidos. Esta historia es bien conocida. En vez de seguir atrapados en el pasado, he dejado claro a los líderes y al pueblo de Irán que mi país está dispuesto a avanzar. La cuestión ahora no es en contra de qué está Irán, sino más bien qué futuro desea construir.

Será difícil superar décadas de desconfianza, pero procederemos con valor, rectitud y resolución. Habrá muchas cuestiones que debatir entre nuestros dos países, y estamos dispuestos a avanzar sin precondiciones sobre la base del respeto mutuo. Pero está claro para todos los afectados que en lo tocante a las armas nucleares hemos alcanzado un punto decisivo. Aquí no se trata únicamente de los intereses de Estados Unidos. Se trata de evitar una carrera de armas nucleares en Oriente Próximo que podría precipitar a esta región y al mundo a un camino extremadamente peligroso.

Entiendo a quienes protestan porque algunos países tengan armas y otros no ninguna nación por sí sola debería decidir qué naciones tienen armas nucleares. Por esto he reafirmado vigorosamente el compromiso de Estados Unidos de buscar un mundo en el que ninguna nación mantenga armas nucleares. Y cualquier nación, incluida Irán, debería tener el derecho a acceder a la energía nuclear pacífica si cumple sus responsabilidades bajo el Tratado de No Proliferación nuclear. Ese compromiso está en el núcleo del Tratado, y debería mantenerse para todos aquellos que lo respeten plenamente. Tengo la esperanza de que todas las naciones de la región puedan compartir este objetivo.

Sé que en años recientes ha habido controversia respecto a la promoción de la democracia, y mucha de esa controversia está relacionada con la guerra de Irak. Permítaseme ser claro; ninguna nación puede imponer o debe imponer a ninguna otra sistema de gobierno alguno.

Sin embargo, eso no atenúa mi compromiso con los gobiernos que reflejan la voluntad del pueblo. Cada nación da vida a este principio a su propia manera, basándose en las tradiciones de su propio pueblo. Estados Unidos no presume de saber qué es mejor para todo el mundo, al igual que no presumimos de establecer el resultado de una elección pacífica. Pero tengo la creencia inconmovible de que todo pueblo aspira a determinadas cosas: la capacidad de expresarse libremente y codecidir en la forma en que es gobernado; la confianza en el imperio de la ley y en la administración igualitaria de la justicia; un gobierno que sea transparente y que no robe al pueblo; la libertad de vivir como uno decida. Eso no son sólo ideas estadounidenses, son derechos humanos, y ese es el motivo por el que los apoyaremos en todas partes.

No hay un único camino para cumplir esta promesa. Pero esto al menos está claro: los gobiernos que protegen esos derechos son en última instancia más estables, tienen más éxito y son más seguros. La represión de las ideas jamás logra que éstas desaparezcan. Estados Unidos respeta el derecho de que todas las voces pacíficas y que respetan la ley se hagan oír en todo el mundo, incluso aunque no estemos de acuerdo con ellas. Y saludaremos a todos los gobiernos elegidos y pacíficos, en el supuesto de que gobiernen con respeto para todo su pueblo.

Este último punto es importante porque hay algunos que defienden la democracia sólo cuando están fuera del poder y una vez que llegan a él, son despiadados en la represión de los derechos de otros. No importa dónde tome pie, el gobierno del pueblo y para el pueblo impone una norma única para todos los que están en el poder: debes respetar los derechos de las minorías, y participar con un espíritu de tolerancia y compromiso; debes situar los intereses de tu pueblo y el funcionamiento legítimo del proceso político por encima de tu partido. Sin estos ingredientes, las elecciones por sí solas no constituyen una democracia auténtica.

La quinta tarea que debemos afrontar es la libertad religiosa. El Islam tiene una orgullosa tradición de tolerancia. Lo vemos en la historia de Andalucía y Córdoba durante la Inquisición. Fui testigo de ello de niño en Indonesia, donde los fieles cristianos practicaban su religión con libertad en un país que es musulmán de forma mayoritaria. Éste es el espíritu que necesitamos hoy en día. En cualquier país, todas las personas deberían sentirse libres de elegir y practicar su fe en consonancia con su mente, su corazón y su alma. Esta tolerancia es esencial para que una religión prospere, pero en numerosos países está siendo amenazada.

Entre algunos musulmanes, existe una tendencia negativa que mide la propia fe de acuerdo con el rechazo de las demás. La riqueza de la diversidad religiosa debe ser respaldada –tanto si se trata de la de los maronitas en Líbano como la de los coptos en Egipto. Asimismo, deben salvarse las diferencias entre los mismos musulmanes, dado que la división entre sunitas y chiítas ha conducido a una trágica violencia, como ha pasado en Irak.

La libertad religiosa es fundamental para la convivencia entre los pueblos. Deberíamos reflexionar sobre la forma de protegerla. Por ejemplo, en Estados Unidos las reglas sobre las donaciones caritativas han hecho más difícil para los musulmanes cumplir sus obligaciones religiosas. Es por ello por lo que me he comprometido a trabajar con los musulmanes estadounidenses para asegurarles que van a poder practicar con plena libertad el zakat.

Al mismo tiempo, es importante para los países occidentales evitar que se impida a los ciudadanos musulmanes practicar su religión en la forma en la que ellos la sienten –por ejemplo, imponiendo qué ropa debería llevar una mujer musulmana. No podemos generar hostilidad hacia una religión en nombre del liberalismo. En efecto, la fe debería unirnos. Es por lo que estamos estudiando varios proyectos en Estados Unidos para unir a cristianos, musulmanes y judíos. Por eso agradecemos los esfuerzos como el Diálogo Interreligioso del rey saudí Abdulá o el liderazgo de Turquía en la Alianza de Civilizaciones. A lo largo y ancho del mundo, podemos convertir el diálogo en un servicio interreligioso, de forma que los puentes entre los pueblos conduzcan a la acción, ya sea combatiendo la malaria en África o aportando ayuda humanitaria tras un desastre natural.

El sexto asunto al que me quiero referir es el de los derechos de las mujeres. Sé que es un tema muy debatido. Rechazo la opinión de algunos en Occidente que consideran que una mujer que elige cubrir su cabello es una persona con menos igualdad, sin embargo sí que creo que a una mujer a la que se la niega la educación se la niega también la igualdad. Y no es una casualidad que esos países en los que las mujeres reciben una buena educación tengan más posibilidades de ser prósperos.

Déjenme que sea claro: la cuestión de la igualdad de las mujeres no es una cuestión sencilla para el Islam. Hemos visto que en Turquía, Pakistán, Bangladesh e Indonesia, países de mayoría musulmana, han elegido a una mujer para dirigir el país. En cualquier caso, en muchos aspectos de la vida en Estados Unidos se sigue luchando por la igualdad de las mujeres, así como en otros muchos países del mundo. Nuestras hijas pueden contribuir a la sociedad tanto como nuestros hijos, y nuestra prosperidad común avanzará si permitimos a toda la humanidad –sean hombres o mujeres- alcanzar el máximo de sus posibilidades. No creo que las mujeres tengan que adoptar las mismas decisiones que los hombres para ser iguales, y yo respeto a esas mujeres que eligen vivir su vida según cánones tradicionales. Debería ser únicamente una decisión suya. Es por esta razón por la que Estados Unidos va a trabajar con cualquier país de mayoría musulmana para apoyar que se extienda la alfabetización entre las niñas y para ayudar a las mujeres jóvenes a conseguir un trabajo mediante los microcréditos que ayudan a la gente a realizar sus sueños.

Finalmente, deseo reflexionar sobre el desarrollo económico y las oportunidades. Sé que para mucha gente, el rostro de la globalización es contradictorio. Internet y la televisión pueden aportar conocimiento e información, pero también agresividad sexual y violencia gratuita. Los intercambios comerciales pueden traer nueva riqueza y oportunidades, pero también alteraciones y desajustes para las comunidades. En todas las naciones –incluida la mía- esos cambios producen miedo. Miedo de que por la modernidad perdamos el control de nuestras decisiones económicas, o políticas, y, sobre todo, nuestra identidad –esas cosas que más apreciamos de nuestra comunidad, nuestra familia, nuestras tradiciones y de nuestra fe.

Pero sé también que no se puede rechazar el progreso humano. No tiene por qué existir una contradicción entre desarrollo y tradición. Países como Japón y Corea del Sur han hecho crecer sus economías a la vez que mantenían sus diferentes culturas. Lo mismo pasa con el desarrollo sorprendente en países de mayoría musulmana desde Kuala Lumpur hasta Dubai. En tiempos pasados y en nuestros días, las comunidades musulmanas han estado en la vanguardia de la innovación y la educación. Esto es importante porque ninguna estrategia de desarrollo puede estar basada sólo en lo que produce la tierra, ni puede sostenerse mientras los jóvenes estén en el paro.

Muchos Estados del Golfo Pérsico han gozado de una gran prosperidad gracias al petróleo, pero muchos de ellos están empezando a considerar un desarrollo más amplio. Todos, sin embargo, debemos reconocer que la educación y la innovación será la moneda de cambio del siglo XXI, pero en muchas comunidades musulmanas aún sigue sin invertirse lo suficiente en estas áreas. Yo mismo estoy alentando estas inversiones en mi país. Y mientras que en el pasado Estados Unidos ha privilegiado el petróleo y el gas en esa parte del mundo, ahora buscamos un compromiso más amplio.

Ampliaremos los programas de intercambio en educación, y aumentaremos la escolarización, como la que permitió a mi padre ir a Estados Unidos, a la vez que animaremos a que estudien en las comunidades musulmanas más estadounidenses. Intentaremos igualar esta situación, haciendo posible las estancias de estudiantes musulmanes en Estados Unidos, así como invirtiendo en programas de aprendizaje on line para profesores y niños en todo el mundo y creando una red social de forma que un adolescente en Kansas pueda comunicar al instante con una adolescente en El Cairo.

Respecto al desarrollo económico, crearemos nuevos organismos económicos de voluntarios que puedan asociarse con sus homólogos en países de mayoría musulmana. Asimismo, este año impulsaré una Cumbre Empresarial para identificar cómo podemos estrechar los lazos entre líderes económicos, las fundaciones y los empresarios sociales en Estados Unidos y las comunidades musulmanas de todo el mundo. Por lo que concierne a la ciencia y la tecnología, crearemos una nueva fundación para apoyar el desarrollo tecnológico en los países de mayoría musulmana y ayudar a transferir las ideas al mercado para así crear puestos de trabajo. Abriremos centros de excelencia científica en África, en Oriente Próximo y en el sureste asiático, y nombraremos a nuevos enviados científicos para colaborar en programas que desarrollen nuevas fuentes de energía, creen puestos de trabajo medioambientales, para el abastecimiento de agua potable, y permitan el crecimiento de nuevos cultivos. Además, hoy anuncio un nuevo esfuerzo global junto con la Organización de la Conferencia Islámica para erradicar la poliomielitis y la ampliación de la relación con las comunidades islámicas para promover la salud de los niños y de sus madres. Todas estas cosas deben llevarse a cabo en cooperación. Los estadounidenses están preparados para colaborar con los ciudadanos y con los Gobiernos, con las organizaciones comunitarias, con los líderes religiosos y los empresarios en las comunidades musulmanas de todo el mundo a ayudar a nuestro pueblo a llevar una vida mejor.

Estas tareas a las que me he referido no van a ser fáciles, pero tenemos la responsabilidad de conseguir juntos, en nombre del mundo que deseamos, un mundo en el que los extremistas ya no amenacen a nuestro pueblo, y las tropas estadounidenses vuelvan a casa; un mundo en el que los israelíes y los palestinos estén seguros en su propio Estado, y en el que la energía nuclear sea utilizada con fines pacíficos; un mundo en el que los Gobiernos sirvan a sus ciudadanos y se respeten los derechos de todos los hijos de Dios. Es un interés recíproco. Éste es el mundo que deseamos y sólo lo podemos conseguir juntos.

Sé que hay muchas personas –musulmanas y no musulmanas- que ponen en duda la posibilidad de conseguir esta nueva relación. Algunas de esas personas están deseando inflamar las llamas de la división y paralizar el camino del progreso. Algunas de estas personas sugieren que no vale la pena hacer este esfuerzo, que estamos condenados al desacuerdo, y que las civilizaciones están destinadas a enfrentarse. Muchas más son sencillamente escépticas sobre que esto pueda ocurrir. Hay mucho miedo, hay mucha desconfianza. Pero si elegimos estar amarrados por el pasado, nunca iremos hacia delante. Y quiero decir en especial que los jóvenes de cualquier fe, de cualquier país –vosotros, más que nadie- tienen la capacidad de rehacer el mundo.

Todos nosotros compartimos este mundo durante un breve espacio de tiempo. El problema es si pasamos ese tiempo centrados en lo que nos diferencia, o nos comprometemos en un esfuerzo –un esfuerzo sostenible- para encontrar un territorio común, para centrarnos en el futuro que queremos para nuestros hijos y en el respeto de la dignidad de todos los seres humanos.

Es más fácil iniciar las guerras que terminarlas. Es más fácil echar la culpa a los otros que mirar hacia nuestro interior; considerar lo que nos diferencia de otro que encontrar lo que nos une. Pero tenemos que elegir el camino correcto, no sólo el fácil. Hay una regla común a todas las religiones: uno debe comportarse con los demás como quisiéramos que los demás se comportaran con nosotros. Esta verdad trasciende naciones y pueblos y no es nueva, no es blanco, negro o castaño; no es cristiano, musulmán o judío. Es una creencia que late desde la cuna de las civilizaciones y que aún lo hace en el corazón de millones de personas. Es la fe en otra gente, y esto es lo que me ha traído hoy aquí.

Tenemos la capacidad de lograr el mundo que deseamos, pero sólo si tenemos el valor de emprender un nuevo comienzo, recordando lo que ha sido escrito. El Sagrado Corán nos dice: “¡Oh, hombres! Os hemos creado hombre y mujer; y os hemos hecho naciones y tribus para que os podáis conocer los unos a los otros.” El Talmud nos dice: “El conjunrto de la Tora tiene la finalidad de promover la paz.” La Sagrada Biblia nos dice: “Benditos los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.

Todos los pueblos pueden vivir juntos en paz. Sabemos que esa es la visión de Dios. Ahora, esa debe ser nuestra tarea en la Tierra. Muchas gracias y que la paz de Dios sea con vosotros.

Fuente: Diario El País

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