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El Futuro de la Energía Nuclear
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José Goldemberg, Estado de São Paulo, 16 may 2011

 

Existen tecnologías que resuelven problemas importantes y que llegaron para quedarse. Otras atraviesan una “Edad de Oro”, pierden importancia o hasta desaparecen. Los automóviles, por ejemplo, desarrollados a principios del siglo XX, cambiaron la cara de la civilización como la conocemos. Y aún si las reservas mundiales de petróleo se agotan, soluciones técnicas serán encontradas para mantenerlos circulando.

Otras tecnologías promisorias enfrentaron problemas y fueron abandonadas. Un buen ejemplo es el de los zepelines, enormes globos llenos de hidrógenos que abrieron el camino para los viajes aéreos intercontinentales en la década de 1930, época en que la aviación comercial aún gateaba. Pero bastó con el accidente del Hindenburg, el zepelín alemán que se incendió en Nueva Jersey (E.E.U.U.), en 1937, para sellar el destino de esa tecnología.

La energía nuclear parece atravesar uno de esos períodos críticos: tuvo su “edad de oro” entre 1970 y 1980, cuando entraron en funcionamiento cerca de 30 nuevos reactores nucleares por año. Luego del accidente nuclear de Three Mile Island, en los Estados Unidos, en 1979, y en Chernobyl, en Ucrania, en su momento parte de la Unión Soviética, en 1986, el entusiasmo por esa tecnología disminuyó mucho y desde entonces apenas 2 o 3 reactores entraron en funcionamiento por año. Hubo un estancamiento en la expansión del uso de esa energía.

Las causas de ese estancamiento son complejas: por un lado, la resistencia del público, preocupado por los riesgos de la energía nuclear; y, por el otro, razones más pragmáticas, como su elevado costo.

A pesar de esos problemas, la producción de la energía nuclear no conlleva a emisiones de gases responsables del calentamiento de la Tierra, lo que es el caso cuando se produce energía eléctrica con combustibles fósiles, como el carbón o el gas natural. Las preocupaciones sobre el efecto invernadero llevaron a varios ambientalistas a apoyar un “renacimiento nuclear”.

Pero he aquí que sucede el desastre de Fukushima, con una gravedad comparable a la de Chernobyl, afectando directamente a millones de personas y reforzando las inquietudes sobre el efecto de la radiación nuclear en una vasta área de Japón y de países vecinos.

El sector nuclear ha intentado minimizar la gravedad del accidente en Japón, atribuyéndolo a eventos rarísimos, como un terremoto de alta intensidad seguido de un tsunami, que difícilmente ocurrirían en otros lugares. Esa es una estrategia equivocada, que puede satisfacer a ingenieros nucleares, pero no a sectores más educados de la población y gobiernos de muchos países.

Los reactores nucleares contienen por dentro una gran cantidad de radioactividad y el problema siempre es el de evitar que se esparza, como se evidenció en Chernobyl. Sucede que no es necesario que ocurra un tsunami para que eso ocurra. Bastan faltas mecánicas y errores humanos, como ocurrió en Three Mile Island. La seguridad total no existe.

Es posible mejorar el desempeño de los reactores y hacerlos más seguro, pero eso conllevará costos más elevados, lo que tornaría a la energía nuclear aún menos competitiva de lo que ya es en relación con otras formas de generación de electricidad. Además de eso, la gran mayoría de los reactores nucleares actualmente en funcionamiento comenzaron a funcionar 30 o 40 años atrás y forzosamente ellos serán “jubilados” a poco tiempo – los de Fukushima funcionaban hace más de 40 años.

La reducción de la vida útil de los reactores disminuirá, ciertamente, su competitividad económica.

Sin embargo, será necesario resolver de una vez el problema del almacenamiento permanente de los residuos nucleares, que se arrastra desde hace décadas. Hasta hoy en día los elementos combustibles usados, que son altamente radioactivos, son depositados en piletas situadas al lado de los reactores – y uno de los problemas en Fukushima fue la radioactividad liberada cuando el nivel del agua de las piletas bajó. Sólo en los Estados Unidos existen 104 de esas piletas al lado de todos los reactores existentes allí. En Angra dos Reis la situación la situación es la misma.

Finalmente, está el problema de quien pagara por las compensaciones para la población afectada por los accidentes nucleares. Los límites fijados por los gobiernos para cubrir esos daños son actualmente muy bajos y deberán aumentar mucho.

Como resultado de esas inquietudes e incertezas, una reevaluación está en curso, en un gran número de países, sobre el futuro del “renacimiento nuclear” y de la supervivencia de la propia opción del uso de reactores nucleares para la generación de electricidad. Algunos países ya adoptaron lo que se llama una “estrategia de salida”, por la cual no se construirán nuevos reactores.

Bélgica y Suiza ya adoptaron esa política, así como Chile y Alemania. China suspendió la autorización para la construcción de más usinas hasta que se haga un nuevo estudio completo de sus condiciones de seguridad.

En los Estados Unidos, acaba de ser abandonado el proyecto de construcción de 2 reactores en el Estado de Texas, los primeros que iban a ser construidos después de 30 años de moratoria nuclear.

Otros países, probablemente, seguirán el mismo camino, sobre todo los que disponen de otras opciones más económicas y menos peligrosas para la generación de energía eléctrica. Ese es, claramente, el caso de Brasil, donde existe un amplio potencial hidroeléctrico para explorar, así como la co-generación de electricidad en las usinas de azúcar y alcohol, y también la energía eólica. El Organismo Internacional de Energía Atómica redujo su proyección de nuevos reactores en el mundo para 2035 en un 50%.

Algunos países, como Francia, donde casi el 75% de la electricidad es de origen nuclear, y hasta el mismo Japón, que no tienen muchos recursos naturales, aumentarán el uso del gas, el que, consecuentemente, aumentará las emisiones de carbono. Habrá, en este caso, que tomar decisiones difíciles. Pero el calentamiento global ocurrirá en un horizonte temporal lejano y prevenir nuevos accidentes nucleares es una tarea urgente.



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