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Isis desatado: el terrorismo que se viene
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Noticias, Irma Argüello, 17 de Agosto de 2017.

La derrota militar de ISIS en Medio Oriente ha sido algo así un “patear el hormiguero” generando una diáspora de terroristas por el mundo.

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El mundo se conmueve por un nuevo ataque terrorista, esta vez en Barcelona. Este se suma a la seguidilla de actos que se inició en enero de 2015 en París con el asalto a Charlie Hebdo y que continúo en varias ciudades europeas.

Todos estos actos dejaron un saldo de más de 480 muertos y 1100 heridos desde el 2015 hasta la fecha.


Los pronósticos indican que el terrorismo islámico se intensificará con la libre circulación de los yihadistas, de vuelta

a sus países de origen. El formato rudimentario de todos estos ataques de muy bajo costo es fácilmente reproducible

en diferentes lugares ya que requiere nada más que de vehículos o de, a lo sumo, de explosivos convencionales. 

 

El riesgo futuro puede aumentar si estos medios evolucionan hacia modalidades más sofisticadas tales como una

“bomba sucia”, o sea la dispersión de material radioactivo, o lo que es mucho más grave, la explosión de una bomba

nuclear improvisada. En tal espiral ascendente la “bomba sucia” sería el escenario más probable. Tal atentado

ocasionaría un número acotado de víctimas y la contaminación radioactiva de un área, pero un psicosis mundial

desproporcionada.

 

Que se dé dicha evolución depende esencialmente de tres factores: el cambio de mentalidad de los terroristas,

la obtención del financiamiento adecuado y las barreras que los países, individualmente o en conjunto, puedan

levantar contra estos actos maliciosos.

 

En cuanto a la mentalidad de los terroristas, a pesar de que algunos piensen lo contrario, es claro que estos

actores tienen una clara racionalidad y un firme propósito: la ruptura del orden actual y la instauración de un

nuevo orden mundial. Sin embargo, hasta ahora su conservadorismo ha funcionado como un limitante del uso de

medios más sofisticados. Esto no quiere decir que tal situación se perpetúe en el tiempo y que no comiencen a

operar grupos reconvertidos u otros nuevos que superen esta barrera. El mundo tiene que estar preparado para tal

cambio de mentalidad.

 

En términos de financiamiento, hoy existen instrumentos vigentes a nivel internacional que permiten restringir los

fondos derivados al terrorismo y reprimir a individuos, organizaciones y países que dan apoyo financiero a estas

organizaciones, por lo cual es esencial que los estados cumplan con su cometido en cuanto a aplicación de los

estándares fijados en dichos instrumentos.

 

En el sentido de la acción de los países para prevenir y contrarrestar estos actos, es esencial la coordinación

internacional en término de inteligencia y la implementación de marcos jurídicos nacionales adecuados.

 

Los países deben contar con legislación nacional que permita prevenir, detectar, investigar y castigar estos actos

en forma eficiente y ágil. Este aspecto, aunque es poco conocido, no es discrecional, sino que se relaciona con

compromisos vinculantes de los estados que derivan de resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU y de otros

instrumentos internacionales. Sin embargo de nada vale adherir a tales instrumentos si la implementación nacional

resulta deficiente.

 

En términos de inteligencia, el intercambio de información y acciones conjuntas para detectar potenciales perpetradores

tienen que ser extremadamente fluidos, lo cual a veces no ocurre. Basta mencionar como inadmisible las disrupciones

y mutuas acusaciones entre la CIA y la inteligencia británica en oportunidad del atentado de Manchester de mayo pasado.

 

También hay ejemplos en que los servicios de inteligencia manejaron información fundamental para detener actos

terroristas y de crimen organizado y se dilató la toma de decisiones, permitiendo que estos actos sucedan. Un caso

ilustrativo, que no es excepcional, fue el de la red ilícita liderada por el pakistaní A Q Khan, monitoreada por años por

servicios de inteligencia de occidente, que fue un factor clave en la proliferación de armas nucleares en Pakistán, Corea

del Norte y por poco en Irán, entre otros ilícitos.

 

Esto nos lleva a reflexionar que la burocracia estatal, la lucha por espacios de poder y los resquemores entre países

son los peores enemigos de la acción coordinada nacional e internacional requerida para controlar y reprimir la acción

del terrorismo transnacional.

 

Como argentinos, víctimas de atentados de gran magnitud, hemos vivido en carne propia la ausencia de mecanismos

nacionales adecuados que hubieran permitido el pronto esclarecimiento y castigo de los atentados en nuestro territorio.

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