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Irma Argüello, La Nación, 14 Jun 2010.

El armamento de la guerra finalConsejo de Seguridad de la ONU

Mientras la crisis de la eurozona, el conflicto entre las dos Coreas y otras noticias de alto perfil atraían la atención internacional, días atrás, en la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York, los ciento ochenta y nueve estados partes del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP) revisaban, como cada cinco años, las bases del orden nuclear global en sus tres aspectos: desarme, no proliferación y usos pacíficos.

Por diseño de origen, el TNP se basa en el delicado equilibrio entre los compromisos de desarme progresivo por parte de los cinco Estados con armas nucleares reconocidos: Estados Unidos, Rusia, Francia, Reino Unido y China (también miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU) y los demás Estados, comprometidos a no desarrollar nunca tales armamentos. En el caso de estos últimos, la evidente asimetría pretende ser atenuada por el reconocimiento del derecho "inalienable" a los usos pacíficos de la energía nuclear, incluido el desarrollo de tecnologías sensitivas duales, como el enriquecimiento de uranio (que se utiliza también para producir materiales de uso en armas nucleares).

En esta arquitectura de seguridad, el llamado régimen de desarme y no proliferación, las vulnerabilidades intrínsecas se han incrementado con el paso del tiempo, en paralelo con el aumento de los riesgos nucleares globales. Superar estas vulnerabilidades es hoy el verdadero desafío. Aunque calificado de imperfecto y discriminatorio, y a falta de un instrumento superador, el TNP brinda aún el principal marco de previsibilidad nuclear y, por lo tanto, ofrece más seguridad que un escenario con total ausencia de reglas.

Una vulnerabilidad crítica del régimen es la falta de universalidad, con tres Estados que nunca adhirieron: India, Paquistán e Israel, y uno que se retiró en 2003: Corea del Norte. Se sabe que todos ellos poseen armas nucleares (aunque Israel nunca las declaró abiertamente). Para incorporarse al TNP, dada su misma esencia, dichos Estados deberían renunciar a sus armamentos, cosa que no sucederá, al menos en las condiciones geopolíticas que se avizoran en el corto y mediano plazos.

Al no estar estos países alcanzados por las reglas de juego internacionales, se generan dificultades prácticamente insalvables. Un ejemplo significativo es el rechazo inmediato por parte de Israel de la decisión surgida de la revisión del TNP, en el sentido de impulsar la organización, para 2012, de una Conferencia que fije las bases para convertir a Medio Oriente en una zona libre de armas nucleares (como el Tratado de Tlatelolco lo hace para la zona de América latina y el Caribe), con lo cual las posibilidades de avance de la idea parecen remotas.

Resulta, entonces, prioritario desarrollar mecanismos de negociación que permitan incluir de algún modo a los Estados fuera del TNP en los esfuerzos colectivos de disminución de los riesgos nucleares. En este sentido, es fundamental encontrar foros alternativos que integren la discusión los intereses de todos los actores relevantes, sin distinción, como ocurre hoy en la Conferencia de Desarme de Ginebra, en la que se intenta negociar un tratado para prohibir la producción de materiales físiles (uranio y plutonio) para armas nucleares.

Armonizar y balancear esfuerzos en desarme y en no proliferación es otro desafío sustantivo. Y en este punto no hay inocentes. Tanto los países poseedores como los no poseedores de armas, reprochan al otro grupo las deudas en sus compromisos. El dilema, casi moral, de los Estados es si pueden permitirse actitudes proliferantes porque perciben en otros un cumplimiento insuficiente, cuando lo deseable es que cada uno haga su parte, venciendo la desconfianza mutua que lleva al armamentismo, para lograr un sistema equitativo y recíproco basado en la cooperación.

En los últimos tiempos ha habido abundante retórica de altos dirigentes mundiales, con el presidente Obama a la cabeza, apoyando la idea del desarme nuclear progresivo, sin dejar de admitir la complejidad del proceso. Ahora corresponde pasar desde lo declaratorio a lo fáctico. Sin embargo, en los países poseedores la controversia es muy fuerte y la negociación, muy ardua, ya que el establishment pro armas nucleares se niega a perder terreno. Por ese motivo, y aunque lo hubo anunciado reiteradamente, la administración Obama no ha logrado todavía la ratificación, por parte del Senado, del tratado que prohíbe completamente las pruebas nucleares. Así y todo, el tratado sucesor del Start entre Estados Unidos y Rusia, con sus reducciones significativas de arsenales nucleares estratégicos, es una señal alentadora.

Desde el punto de vista de la no proliferación, queda también mucho por hacer. Un cierto número de países se resisten todavía a adoptar un régimen de salvaguardias totales, como se denomina técnicamente a poner sus instalaciones ante el ojo verificador del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). Algunos otros rechazan mecanismos de verificación más intrusivos, que derivan de la adhesión al llamado Protocolo Adicional. Tal es el caso de la Argentina y Brasil, que, en virtud de sus fuertes vínculos bilaterales y su ejemplar relación en materia nuclear, deberían darse la oportunidad de un debate conjunto más profundo, con participación de la sociedad, respecto de las razones e implicancias de la no adhesión.

La clave es, entonces, lograr mecanismos efectivos de la comunidad internacional para evitar la proliferación. Un caso líder de gran complejidad es el programa de enriquecimiento de uranio de Irán, con transgresiones fehacientemente comprobadas. Aquí se revela la colisión entre dos enfoques sustancialmente diferentes: por una parte, la diplomacia de sanciones de severidad creciente, que incluye la prohibición explícita de continuar con las actividades de enriquecimiento. Esta línea es sostenida por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad y sus eventuales aliados. Por la otra parte, la diplomacia de la persuasión, promovida por países como Brasil y Turquía, hoy miembros no permanentes del Consejo, que intentan abrir vías alternativas para la resolución del conflicto.

La realidad es que hasta ahora ni un enfoque (ya se va por la cuarta sanción desde 2006, sin resultado), ni el otro (al menos tal como fue aplicado a través del Acuerdo Tripartito Brasil-Turquía-Irán, un triunfo político de este último, que hasta puede ser favorable a sus planes) han sido efectivos para detener el avance del Estado islámico hacia la opción del arma nuclear. Esta falta de recursos de la diplomacia para prevenir y detener ambiciones proliferantes puede resultar catastrófica frente al aumento de los riesgos regionales y globales.

Si se busca prevenir la proliferación y promover el desarme, entonces se debería tratar de neutralizar las causas de fondo, creando las condiciones geopolíticas y de seguridad para que esto sea posible.

En ese orden de cosas, es crucial la evolución del TNP hacia un nuevo marco equitativo y vinculante, una Convención de Armas Nucleares (como las hay para las armas químicas y para las biológicas) que incluya a todas las partes, ponga a las armas fuera de la ley internacional, para todos sin excepciones, y marque un camino claro hacia su abolición. Es fundamental trabajar en ese sentido desde ahora.

La percepción de las armas nucleares como decisivas en la construcción de poder y como fuente de prestigio global, que comparten tanto países armados como otros que coquetean con la idea de armarse, es una lógica típica de la Guerra Fría, que el advenimiento de los actores no estatales y el cambio en el valor de la disuasión, ponen hoy en tela de juicio. La idea del balance geopolítico logrado a través de nuevos y variados países armados lleva a una situación de riesgo global intolerable. Sería triste tener que tomar conciencia cuando el hecho de un incidente nuclear nos supere. De ahí que, por el interés de todos, se debería transitar con decisión el camino inverso.

El nuevo paradigma para llegar a un orden global sin armas nucleares deberá estar basado en la transparencia, la efectividad en la verificación y la irreversibilidad de los avances logrados, tanto para el desarme como para la no proliferación. Sin embargo, es importante admitir que el riesgo nuclear siempre estará presente, ya que el "conocimiento" para producir armas nucleares, por su misma esencia, nunca podrá ser eliminado. © LA NACION  



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